—”Le Départ du Majestis”


La mañana tenía ese color que sólo París podía ofrecer después de una noche silenciosa bajo KAIROS: un cielo perfecto, simulado al milímetro, con nubes tan bien repartidas que dolía admitir su falsedad. Todo parecía en su lugar, hasta el eco de los pasos.

En la plataforma secundaria del hangar de transporte, junto al ecorriel reservado del Comité de Defensa, un pequeño grupo de compositores e investigadores aguardaba con protocolos en mano, revisando una y otra vez la misión codificada como Opération Sphère Dorsale. Un viaje de rutina, al menos en el papel. Todos sabían que Viena no albergaba rutinas.

Él ajustaba sus guantes resonantes con una parsimonia que rayaba en la provocación. La insignia Majestis brillaba como una estrella caída en su hombrera izquierda, y cada paso suyo hacía vibrar las baldosas bajo los pies de los presentes.

Herald Enver. El primer Majestis de Europa. La leyenda viva que nunca quiso parecerlo.

Y frente a él, firme pero visiblemente tensa, estaba Vereth.

—Entonces... ¿ya estás listo? —preguntó ella, cruzando los brazos, con la voz más firme de lo que se sentía.

Herald asintió mientras ajustaba el broche de su cinturón acústico.

—Listo desde antes que tú nacieras —dijo, sonriendo como si hablara del clima.

Vereth no sonrió. Solo bajó un poco la mirada.