—”Main Divine”


[Comité Central de Berlín — 07:04 horas]

La sala de guerra parecía un cementerio de ideas.

Luces de emergencia tintineaban con ritmo agónico. Los paneles de comunicación chispeaban, sin dar respuesta. Y, en el centro, sobre el gran mapa de Europa, la zona de París palpitaba en rojo.

No era una alerta.

Era un pulso. Un anuncio. O quizás… una despedida.

Armand Volker sostenía una carpeta entre las manos. Pero no la leía. Sus ojos, grises y cansados, estaban fijos en el vacío.

— …¿Nada? —preguntó al aire, aunque la pregunta era para Etan.

El doctor Lysver, sentado frente al núcleo auxiliar de datos, apenas parpadeaba. Sus dedos temblaban sobre el teclado sin sonido.

— KAIROS no responde. Desde hace horas —dijo, sin levantar la voz. Como si hablar más fuerte fuera a romper algo más.

— Entonces se acabó. —Volker cerró la carpeta con un suspiro—. El sistema cayó. La orquesta no responde. Y si esa cosa sigue ahí…

— …No podemos permitir que cruce hacia el resto de Europa.

Hubo un silencio.

Uno largo, como una pausa dramática que nadie pidió.

Etan bajó la cabeza.

— Si no podemos contenerlo, tenemos que eliminarlo.

Volker lo miró.