El cielo siempre amanece en el mismo azul, como si nunca hubiera oscurecido.
Un telón artificial proyectado por el sistema KAIROS, programado para variar en sutiles matices de clima emocional. Hoy, París amaneció con sol suave y viento de primavera.
Despertar en París significa levantarse con una mentira. El cielo que se pinta sobre los paneles superiores de la Noctara tiene un color exacto: azul de mediodía, aunque sean las siete. Las nubes están programadas, el viento mide emociones. Nada está fuera de lugar. Nada desentona.
Me detengo un segundo frente a una de las ventanas panorámicas. Más allá de los edificios institucionales, se extienden las zonas civiles: mercados, escuelas, plazas artificiales y bosques simulados que respiran una calma que ya nadie recuerda como real.
Este mundo no fue salvado. Fue contenido.
Las instalaciones militares están en plena actividad. Compositores se alinean en formación, afinando sus instrumentos como quien calibra un arma.
En uno de los pasillos de tránsito, oigo el eco rítmico de pasos reconocibles. Calden, el escudo humano, se me acerca con su calma habitual. Su presencia es como una nota baja y constante que da estructura a toda la pieza.
—Despierto temprano, otra vez. —Su voz es grave, acogedora.