—”Gardien du Son”


La estática del cielo había cesado.

No fue inmediato, ni glorioso, ni acompañado por música épica. Solo… cesó. El cielo dejó de titilar como un parpadeo en la agonía, y en su lugar, la nube sucia y real del amanecer se instaló con resignación sobre mi cabeza.

Aún abrazaba a Vereth. No sé si para protegerla… o para no quebrarme. Ya no sentía el peso de mi cuerpo. Sólo el de las promesas rotas.

Y entonces… el silencio fue roto. No por una explosión. No por una melodía. Sino por una serie de clics metálicos. A lo lejos. Uno tras otro. Como si una maquinaria estuviera despertando tras siglos de sueño.

Giré el rostro apenas, mi cuello protestando. Las murallas de la Noctara se estremecían. Las placas… estaban subiendo.

— ¿KAIROS…? —susurré, sin esperar respuesta.

Luces en las torres. Sistemas de presión encendiéndose uno tras otro. Un temblor sordo en la tierra. El aire volvió a tener… forma.

Algo había cambiado. O quizás algo había regresado. KAIROS no murió. Solo esperaba algo. ¿Una señal? ¿Una presencia?

El suelo bajo mis pies vibró con una frecuencia suave. Casi… maternal.

Y entonces, como un espejismo tangible, lo vi.

Una figura. A lo lejos. Caminando por los rieles.

No era un escuadrón. No era un equipo de rescate. Era solo una persona.

La locomotora del ecorriel Este chirrió al detenerse, sus puertas neumáticas exhalando vapor como suspiros finales. Nadie más bajó.

Solo él.