—”Le Prix du Silence”


Cuando la vimos moverse, supimos que no habría escapatoria.

Rina —o lo que quedaba de ella— flotaba apenas a unos centímetros del suelo, como si cada paso que no daba fuera una nota no escrita. Su theremin despedía arcos de sonido que quebraban el aire, distorsionaban las luces, rompían las sombras. A su paso, el concreto se partía en líneas simétricas, como si París fuese un pentagrama y ella la disonancia final.

Zeffir fue el primero en rugir.

—¡Cúbranme! —gritó, alzando su bastón de percusión con una fuerza que retumbó en mis costillas.

Elène reaccionó en un instante, desatando una ráfaga de ondas vibrato con su contrabajo, distorsionando el aire entre nosotros y la criatura. Los campos de frecuencia temblaron como cortinas arrancadas por el viento. La calle entera se dobló sobre sí misma, haciendo temblar autos abandonados, postes, estructuras sueltas. Sonaba como una sinfonía al revés.

Zeffir se lanzó, y Calden corrió junto a él, su Corda Bajo generando una muralla resonante delante del grupo.

Rina contraatacó con un gesto mínimo. El theremin dejó escapar un chillido violento, y los cristales de una tienda entera volaron como cuchillas. Calden giró su instrumento, lo plantó como un escudo en la tierra y bloqueó los fragmentos con una cúpula vibratoria. Nos cubrió a todos sin decir una palabra.

—¡Ahora, Vereth! —grité.

La Arcante asintió sin mirar atrás y comenzó a flanquearla. Su figura era ágil, calculada, el cabello recortado ondeando en el aire estático de la batalla. Yo la seguí, sin pensar demasiado, confiando en la armonía ensayada de la Orquesta.

La estrategia funcionaba.

Rina estaba rodeada. Sus impulsos erráticos eran fuertes, sí, pero carecían de dirección real. Su mente ya no estaba allí. Solo quedaban respuestas automáticas, gritos sonoros sin pensamiento. Y por primera vez, parecía que podríamos contenerla.

Zeffir cargó de frente, impactando el suelo con una onda sísmica que lanzó a Rina hacia un costado. Calden selló su avance con una barrera. Elène intensificó su campo acústico, creando una zona de distorsión que la desorientaba. La criatura se agitó, titubeó. Incluso el theremin flotante descendió unos centímetros, como si dudara por primera vez.

Estábamos a punto de someterla. Vereth levantó su brazo, preparándose para ejecutar el lacre de contención.