—”Le Murmure du Pouvoir”


El día siguió.

Como si nada.

Como si el pitido de alarma de hacía unas horas no hubiese resonado como un presagio ahogado en el oído colectivo de la Noctara.

Como si la figura blanca de mi sueño no siguiera parada, detrás de mis párpados.

Desayunamos en la sala común del Comité de Defensa. La comida era tibia, el ambiente frío. Zeffir hizo un chiste malísimo sobre los sensores de KAIROS teniendo resaca. Nadie rió, salvo él.

Rina hojeaba gráficos en su tableta, como si escondiera algo entre las líneas de frecuencia. Calden desayunaba como quien carga un escudo, lento, metódico. Elène se levantó antes que todos, murmurando algo sobre una llamada de Berlín. Su hijo, quizás.

Nos reunimos más tarde en el ala principal del comité. Etan había venido en persona esta vez, aunque parecía que su bata lo arrastraba más de lo que él la llevaba puesta. Sus ojos brillaban con esa luz ansiosa de quien vive entre descubrimientos y café mal disuelto.

—KAIROS está estable —dijo, cruzando los brazos—. Lo que detectamos fue una resonancia transitoria. No hay nada que indique que debamos alarmarnos. Todavía.

Vereth asintió, sus ojos siguiendo las gráficas proyectadas en la mesa central. Su concentración era tan aguda que me dio miedo interrumpirla siquiera con un pensamiento.

—¿Y los falsos positivos? —preguntó Calden.

—Glitches. Inestabilidad mínima —replicó Etan—. Nada fuera de lo que esperaríamos en una superestructura acústica tan vasta como esta. ¿Recuerdan lo que les dije? KAIROS sueña. Y los sueños... distorsionan.

Pero antes de que alguien pudiera responder, la puerta de la sala se deslizó con un suspiro.