La misión en Viena había terminado. No había gloria, ni fiesta. Solo una sala blanca y fría, sin ventanas, donde el Batallón Blanco se reagrupaba con la precisión de músicos después de una sinfonía rota.

Darein estaba allí. Sentado en una de las sillas metálicas, con las piernas cruzadas y el arpa entre los brazos, como si fuera un escudo o un animal dormido. Lienne se había escabullido con otros para reírse de algo, o fingirlo. Y él, por primera vez, no quería estar solo. Pero tampoco sabía pedir lo contrario.

Entonces la puerta se abrió con el siseo sordo del aire reciclado.

Entró un hombre alto, de pasos contenidos. El cabello blanco perfectamente peinado hacia atrás, sin una mota de caos. Llevaba un abrigo blanco igual al de todos… pero en él parecía uniforme de duelo. No hablaba. No saludaba. Solo estaba.

Darein lo vio de reojo, sin saber por qué sintió un leve escalofrío. Como si su presencia pesara más que el aire.

—¿Quién es ese? —murmuró a uno de los Afinadores.

—Vael Trémor. Conservador de primera línea. No habla mucho… pero cuando habla, todos se callan.

Vael se sentó en el fondo de la sala, desplegando informes tácticos sobre una mesa improvisada. Sacó unas gafas del bolsillo interior, las limpió con un pañuelo y las volvió a guardar sin ponérselas. Dicen que solo las lleva por gusto, por el hombre de su código genético.

Darein intentó no mirarlo. No escuchar. Pero algo en su silencio era más sonoro que una sirena. Un eco contenido.

La reunión comenzó. Sonarias periféricas, rutas de retirada, focos de disonancia no catalogada. Lenguaje técnico. Preciso. Mecanizado. Darein intentó seguirlo. Fruncía el ceño, asentía sin entender. Se le escapaban las siglas, las escalas, los rangos de frecuencia. Lienne no estaba a su lado.

Y entonces habló. Torpemente.

—Si el patrón de resonancia se duplica en la zona este, podríamos... —titubeó—, podríamos desviar la carga de vibración hacia...

Silencio. Algunas cabezas se giraron. Otras no. Pero entonces, una voz se levantó, grave, clara, sin un gramo de amabilidad, pero tampoco de crueldad:

—Hablas como si el caos fuera profundo. Solo es desorden. Y se ordena.

Era Vael. No lo miró. No lo interrumpió. Solo dijo eso, y volvió a sus informes.

Darein no supo si debía callarse o agradecerle.

No lo hizo.

Pero desde ese momento, cuando volvía a hablar, lo hacía más despacio. Como si estuviera pidiendo permiso sin decirlo.

Más tarde, ya solo en el pasillo, Lienne apareció como un silbido travieso.

—¿Vael ya te tiró su proverbio de hielo? —le dijo, sonriendo—. La primera vez que lo conocí, me corrigió una escala con solo levantar una ceja.