Ubicación: Afueras de Linz, en una antigua estación de escucha reconvertida en torre de resonancia.
Hora: Noche quebrada. La Sonata disonante se mezcla con viento.
Formación: Lienne, Vael, Darein. Reconocimiento de frecuencia anómala.
Las cosas salen mal muy rápido.
Los Oyentes Rapsódicos no atacan con garras ni gritos, sino con armonías invertidas que imitan la voz, la música, la identidad. Las ondas hacen eco de lo que eres, y te devuelven la versión rota.
Lienne es el primero en verse comprometido: su canto, su arma, comienza a resonar con sí mismo… como si el mundo intentara devolverle una parodia de su propia ligereza.
—¡No puedo callarlo! —grita, apretándose la garganta, como si el sonido le saliera del pecho contra su voluntad.
Darein reacciona, pero Vael ya se ha movido.
Camina al centro del triángulo, el único punto donde las ondas no se solapan aún.
Saca su contrabajo esquelético, lo afina en seco. Una cuerda vibra. Luego otra. Luego todas.
El aire se aprieta.
Su música no embellece: corrige.
Restaura la forma del mundo mediante pulso.
—Esto no es una batalla, dice con calma.
—Es un ensayo. Improvisado. Pero alguien debe marcar el compás.
Y entonces se sacrifica. No de forma grandiosa, sino... exacta.
Se planta entre los ecos, absorbiéndolos, resonando contra ellos con tal precisión que las estructuras tiemblan. Lienne cae de rodillas, liberada. Darein intenta correr hacia Vael. No llega. La vibración los separa.
En los últimos segundos, Vael mira a Darein. No sonríe. Pero hay algo más devastador: orgullo contenido.
—Te toca a ti improvisar ahora, dice, firme pero sin dureza.