Antes de que el mundo aprendiera a temer el sonido, el nombre Volker era sinónimo de armonía. Eran una prestigiosa casa franco-alemana, mecenas de las artes, cuyos salones resonaban con las melodías de las más grandes orquestas de Europa. Su fortuna no se medía en acciones, sino en partituras; su poder, en la belleza de las sinfonías que patrocinaban. Eran los guardianes de la música.
Y entonces, el Evento Sonático llegó, y la música misma se convirtió en un arma de aniquilación.
Donde otros vieron el fin del mundo, los Volker, con una claridad gélida, vieron una oportunidad de negocio. Mientras las grandes orquestas que una vez financiaron caían, masacradas por la misma fuerza que habían venerado, la Casa Volker no se quebró. Se transformó. Abandonaron la música como quien abandona una fe fallida y abrazaron una nueva y brutal filosofía: la Sonata es una debilidad. La dependencia de ella, la imperfección fundamental que había llevado a la humanidad al borde del colapso.
Desde ese día, los Volker se convirtieron en los arquitectos de la contención. Fueron los principales inversores en la construcción de las Noctaras, las jaulas de concreto y silencio que encerrarían la música. Financiaron el desarrollo del armamento anti-sonático tanto militar como en el propio Supresor Orbital, forjando armas a partir del mismo silencio que ahora consideraban sagrado. Su antigua fortuna, construida sobre la armonía, se multiplicó con la industria de la disonancia controlada.
Hoy, la Casa Volker es la cabeza indiscutible del Comité Administrativo. Su influencia se extiende por toda Nueva Babilonia, no a través del poder sonático, sino de la red de acciones, proyectos y protocolos que controlan cada aspecto de la vida. Crían a sus hijos bajo un régimen de perfección estricta, exigiéndoles una lógica implacable y una mente desprovista de las "fallas" emocionales de la música. Su dogma es simple y aterrador: si no fueron bendecidos por la Sonata, entonces se convertirán en los humanos benditos, la cúspide de la evolución a través de la voluntad pura, la disciplina y el control.
Son una ironía andante: la familia que una vez vivió para la música ahora reina sobre un imperio construido para silenciarla. Son el poder detrás del trono, la mano que firma los decretos y la sombra que se cierne sobre cada decisión. En el nuevo mundo, los Volker ya no dirigen orquestas; dirigen la realidad misma.