Antes de la llegada de los Monolitos, el mundo operaba bajo un conjunto de reglas físicas que hoy nos parecerían ingenuamente simples. La humanidad, en la cúspide de su era tecnológica a mediados de la década del 2030, se consideraba la dueña de su destino. El sonido era meramente una vibración en el aire, la música un arte, y la fe una cuestión abstracta. Las naciones competían en una carrera tecnológica silenciosa, desarrollando inteligencias artificiales, redes de vigilancia global y explorando las fronteras de la física cuántica, sin saber que estaban arañando la superficie de una verdad mucho más profunda y peligrosa.
Historiadores post-Sonáticos a menudo se refieren a esta era con una mezcla de nostalgia y lástima. Fue un tiempo de ruidosa ignorancia, una civilización sorda a la verdadera música, que construía sus sueños sobre el fino hielo de una realidad que estaba a punto de quebrarse. Los registros que sobreviven hablan de tensiones geopolíticas, de avances en la exploración ártica y de un debate cultural sobre el papel de la humanidad en un mundo cada vez más conectado. Visto en retrospectiva, eran las últimas y vanas notas de una orquesta que no sabía que el director estaba a punto de dar la señal para el final de la pieza.
El día que cambió el mundo no tuvo un nombre inicial. En los fragmentos de transmisiones que quedan, se le conoce simplemente como "Evento Sonático", "El Pulso" o, de forma más poética, "El Gran Silencio". Ocurrió de forma simultánea, global e instantánea.
Entidades colosales, posteriormente bautizadas como los Monolitos, se materializaron en los polos geográficos de la Tierra. No llegaron desde el espacio; simplemente aparecieron, como un pensamiento súbito en la mente del cosmos. Su presencia desafió todas las leyes conocidas de la física. Eran estructuras de un material negro y no reflectante que absorbía toda frecuencia electromagnética, haciéndolos invisibles a los radares y a la mayoría de los sensores.
Lo que emitieron no fue sonido, sino una frecuencia sub-armónica de alcance planetario. A nivel técnico, esta vibración actuó como un catalizador a nivel cuántico, alterando la constante de Planck a escala local y "desbloqueando" una nueva capa de la realidad física: la Sonata. En términos más simples, afinaron el planeta a una nueva clave.
La biología humana, intrincadamente ligada a la vieja física, no pudo soportar el cambio. El ADN humano, en esencia una compleja secuencia vibracional, fue "reescrito" por la nueva frecuencia. Para más del 80% de la población mundial, el resultado fue catastrófico. Su morfología cambió de manera grotesca y rápida, perdiendo su forma humana, sus rasgos, su identidad. El neocórtex, la sede de la conciencia, se licuó y reformó, eliminando la personalidad, la memoria y el libre albedrío. Nacieron los primeros "Oyentes".
Los gobiernos del mundo, sumidos en el pánico, reaccionaron con una mezcla de negación e histeria. Las primeras respuestas fueron militares: misiles balísticos fueron lanzados contra los Monolitos. Todos fallaron. Las armas se desintegraban antes de alcanzar sus objetivos, su estructura molecular deshecha por el campo sónico que rodeaba las estructuras.
Las comunicaciones globales colapsaron. Las ciudades se convirtieron en trampas mortales a medida que la plaga de la transformación se extendía. No solo por el efecto inicial de los Monolitos, sino porque los nuevos Oyentes desarrollaron una capacidad aterradora: sus cuerdas vocales, ahora mutadas, podían replicar una versión degradada de la frecuencia transformadora, convirtiendo a cada uno de ellos en un vector de la plaga. El sonido se había convertido en un virus. En cuestión de semanas, la civilización global, tal y como la conocíamos, dejó de existir.