El Stillejäger Jonas observaba desde las sombras de la Plaza. Su objetivo no era un disidente anónimo ni un Compositor renegado. Era Marek, un Percutor de los Afinadores de Berlín. El hombre con quien había compartido raciones frías en las fronteras y silencios tensos antes de la batalla. Su amigo.
La orden de la Aufsicht había sido tan fría y clara como el acero de su PSR: “Sujeto Marek, J. – Exhibe patrones de simpatía con facciones disidentes del Distrito 7. Iniciar vigilancia continua. Registrar todas las interacciones. No intervenir a menos que la integridad del protocolo esté comprometida.”
Traducido del lenguaje del Comité, significaba: "Encuentra la soga para que podamos colgarlo".
Sus encuentros en los días siguientes se convirtieron en una partida de ajedrez jugada con silencios. Se cruzaban en los pasillos del Comité. Jonas, con su gabardina negro mate de la TS; Marek, con el uniforme de Defensa.
"Buenas noches, Jonas", decía Marek, su voz con el ritmo percusivo de quien está acostumbrado a marcar el compás. "Parece que últimamente te interesan mucho los asuntos del Distrito 7."
"El orden es nuestra única melodía, Marek. Y algunas notas suenan desafinadas", respondía Jonas, su tono tan plano como un informe oficial.
Marek sabía que lo vigilaban. Y Jonas sabía que Marek lo sabía. No era una caza; era una conversación entre dos hombres parados en lados opuestos de un abismo, fingiendo que no veían la caída.
La prueba llegó una noche de lluvia programada, cerca de la puerta de contención del Sector 7. Una redada rutinaria de la TS para "reasignar" a familias cuyas "tasas de lealtad" habían caído por debajo del umbral aceptable. Jonas estaba allí, observando desde la distancia, como dictaba su misión.
Entonces vio a Marek. Estaba hablando con un guardia de la puerta, una conversación casual, casi una distracción. Mientras lo hacía, una mujer y su hijo se deslizaban por una salida de servicio sin registrar, desapareciendo en la oscuridad de los túneles de mantenimiento. Un pequeño acto de rebelión. Una familia salvada de la fría maquinaria del sistema.
Un acto de traición.
Jonas lo registró todo. El gesto de Marek, la sombra de la familia desapareciendo, el momento exacto en que el Percutor miró hacia la oscuridad donde él sabía que Jonas estaba, con una expresión que no era ni de desafío ni de miedo, sino de simple y llana aceptación.
El protocolo era claro. Debía reportar la infracción. Marek sería interrogado, su rango revocado, su futuro silenciado. Jonas abrió su comunicador, listo para dictar la sentencia. Su dedo se posó sobre el panel de transmisión.
Y se detuvo.
Recordó una noche en la frontera, años atrás, cuando un ataque sorpresa los había dejado acorralados. Fue el ritmo improvisado de los tambores de Marek lo que mantuvo a raya a los Oyentes el tiempo suficiente para que llegaran los refuerzos. Ese día, Marek no siguió un protocolo. Siguió un instinto. El instinto de proteger a los suyos.
Jonas cerró el comunicador.
En su informe final para la Aufsicht, escribió con una precisión gélida: “Vigilancia completada. El Sujeto Marek no exhibió comportamiento anómalo. La lealtad al protocolo se mantiene intacta. Caso cerrado.”
Esa noche, en la soledad de su austero cuarto, Jonas limpiaba su PSR con una meticulosidad casi ritual. Cada pieza, cada mecanismo. Pero mientras lo hacía, un pequeño sensor en su propio uniforme parpadeó con una luz roja casi imperceptible. Era una luz que él no podía ver.
Era la Aufsicht, iniciando un nuevo archivo de vigilancia.
El suyo.