El café estaba en lo más profundo de la Noctara de Berlín, donde ni el bullicio ni los ecos de los turismos de aire podían entrometerse. Silencio filtrado. Café amargo. Dos sillas. Una mesa. Y dos nombres que cargaban continentes.
Darein llegó sin anunciarse, porque así eran las convocatorias de Artemis: sin ceremonia, sin escolta, sin necesidad de explicaciones. Se sentó con esa postura de quien ya ha enterrado a todos los que admiraba. Su capa pesaba más que su cuerpo, colmada de medallas ajenas, pero una esquina aún quedaba vacía.
—Estás tarde, Keeper —dijo Artemis, sin levantar la vista de su taza.
—Estoy viejo —respondió Darein, dejando caer su sombra en el asiento opuesto—. Y aún así, más rápido que tus burócratas.
Ella sonrió apenas, como un reflejo de acero, frío y preciso.
—No los elegí por su velocidad. Sino por no tener cicatrices en la psique.
—Ah, sí. Porque las cicatrices son un lujo que sólo los vivos se permiten.
El silencio los abrazó brevemente. Dos espectros fingiendo que aún eran parte del mundo.
—Esto no es oficial. —Artemis lo miró directo a los ojos, como si buscara algo que ya había aceptado no encontrar—. El Comité de Investigación en Viena encontró… algo. No querían que lo supieras, pero yo… yo sí.
Abrió una pequeña caja envuelta en una tela oscura. Sobre su superficie, un símbolo doble de fortissimo. Puro. Incorrupto. Blanco y desgastado.
Darein la tomó como si le entregaran una herida recién abierta. Quitó la tela con lentitud, casi con temor. Dentro, una insignia.
Oxidada.
Rota por el tiempo.
Ámbar como los ojos de alguien que nunca dejó de mirar.
Su cuerpo se tensó. Todo en él se detuvo menos el temblor de su mano. Se quedó allí, largo rato, contemplando esa pieza como si contuviera el universo.
Y entonces, habló.
No como amalgama. No como máscara. Sino como Darein.
—Muchas gracias.
Artemis parpadeó, como si el sonido hubiera activado una parte de su infancia. Como si, por un instante, viera frente a ella no al guerrero roto, ni al asesino contenido, sino al ángel que había soñado cuando niña. El último. El más cansado. Pero aún volando.
Darein se levantó. No dijo más. No hizo una reverencia ni esperó un adiós.