Para la Tonstaffel, la historia del mundo se divide en dos actos: el caos armónico que precedió al Evento Sonático, y el orden impuesto que vino después. Han estudiado las crónicas de sus padres y superiores, relatos de un mundo que se ahogó en su propia música, un tiempo donde la emoción descontrolada y la resonancia sin propósito llevaron a la humanidad al borde de la extinción. De esta lección brutal, han extraído su única y absoluta verdad: la libertad es el preludio de la disonancia.
Por ello, los miembros de la TS no se ven a sí mismos como opresores. Se consideran los cirujanos. Su trabajo, por muy brutal que pueda parecer a ojos de los idealistas, es una cirugía necesaria. Creen que la disidencia, la individualidad extrema y la rebelión no son derechos, sino síntomas de una enfermedad —el "Cáncer Sonático" de la voluntad—, una corrupción que, si no se extirpa a tiempo, hará metástasis y consumirá el frágil cuerpo de la sociedad que tanto costó reconstruir.
Cada interrogatorio es un diagnóstico. Cada operación encubierta, una incisión precisa. Cada eliminación, la extirpación de un tumor antes de que se vuelva maligno. No actúan por crueldad, sino por un deber gélido y pragmático: son los guardianes que deben tomar las decisiones difíciles para evitar que el caos del Evento Sonático se repita. Se ven como los verdaderos protectores de lo que queda de la humanidad, no de la humanidad que es, sino de la humanidad que puede ser si se la guía con mano firme y un bisturí afilado.
Mientras que el Comité de Defensa combate los monstruos visibles, la Tonstaffel combate la idea misma que los crea. Su juramento no es a las personas, sino al sistema que las mantiene a salvo de sí mismas. Son el amargo pero indispensable antídoto contra la propia naturaleza humana.