El silencio, después de la confrontación en la Torre Volker, fue breve. Fue el silencio de un tablero de ajedrez después de una jugada cataclísmica, el instante antes de que ambos jugadores se den cuenta de que la partida ha cambiado para siempre. Elric se había ido, una sombra desapareciendo en los pasillos para enfrentarse a los fantasmas. Había dejado atrás a Weber y Brenna en medio de territorio enemigo, con la verdad como su única arma y un imperio a punto de caer sobre sus cabezas.
«Se acabó el tiempo», dijo Weber, su voz resonando en la opulencia vacía del jardín de Freya. «Argent no se quedará de brazos cruzados. Sabe que lo sabemos».
«Bien», gruñó Brenna, su cuerpo aún vibrando con la resonancia de las revelaciones y la adrenalina del enfrentamiento. Su conexión intermitente con la Sonata era una agonía, un diente flojo en su alma que no podía dejar de tocar. «Ya estaba aburrida de jugar a la defensiva».
La Torre Volker, que momentos antes había sido su objetivo, se convirtió instantáneamente en su prisión. Las alarmas silenciosas, pulsos de datos que no hacían ruido pero que alertaban a cada agente de la Tonstaffel en el edificio, ya debían de estar activas. Oyeron el sutil pero inconfundible clic de las compuertas de titanio sellando los niveles.
Fue entonces cuando el comunicador de Weber cobró vida. La voz al otro lado no era de Berlín. Era agitada, llena de estática y de la disonancia de una batalla lejana. Era Enzo Bellini, desde Roma.
«¡Weber! ¿Me recibes? ¡Por el amor de Dios, contesta!», gritó la voz. «¡Está aquí! ¡No mentían! ¡La anomalía, la Sonata Pura… está aquí! ¡Pero se nos adelantaron! ¡Argent… sus perros están por todas partes! ¡Están intentando enjaular un milagro! ¡Necesitamos…!».
La transmisión se cortó. Pero el mensaje era claro. La carrera no iba a empezar. Ya estaba en su apogeo.
«Argent», siseó Brenna. Su mente, una tormenta de variables, ya había conectado los puntos. Elric retenido por la burocracia, ellos atrapados aquí, y Argent libre para reclamar el premio final en Roma. Era una estrategia de pinza perfecta.
«Tenemos que salir de aquí», dijo Weber. «Ahora».
Su escape fue un descenso brutal por las entrañas de la bestia. No buscaron los ascensores, sino los túneles de servicio, los pozos de datos, las arterias olvidadas que mantenían vivo el coloso de la Casa Volker. Brenna iba en cabeza, moviéndose con un instinto animal a través de un laberinto que conocía de sus días de investigación clandestina. Cada giro, cada conducto, era un recuerdo de una verdad que había desenterrado. Weber la seguía, su calma de veterano un contrapeso a la furia explosiva de ella, cubriendo su retaguardia.
Encontraron a la primera patrulla en el nivel de servidores. No hubo diálogo. Los agentes levantaron sus Pacificadores. Weber tocó una sola nota, una frecuencia vagamente afinada que hizo vibrar el suelo metálico, desequilibrándolos por un instante, lo máximo que se permitía hacer. Fue todo lo que Brenna necesitó. Se lanzó como una pantera, su lira de batalla un martillo de demolición. El enfrentamiento fue corto, brutal y silencioso.
Llegaron al hangar de transportes de alta velocidad solo para encontrarlo bloqueado por una escuadra de élite. La confrontación parecía inevitable y suicida.
«Supongo que ahora toca el plan B», dijo Weber.
«¿Cuál es el plan B?», preguntó Brenna, preparándose para la carga.
«Improvisar», respondió él.
Pero la improvisación vino de un lugar inesperado. «¡Un pequeño regalo de despedida de uno de los técnicos de los Volker!», gritó Brenna, conectando su tableta a un prototipo de transporte sigiloso en el rincón más oscuro del hangar. «¡A veces, la gratitud es más fuerte que la lealtad!». Las compuertas de la cabina se abrieron. El motor de la nave, una pieza de tecnología experimental que nunca debería haber estado operativa, rugió con una nota grave y prohibida.
Despegaron en una explosión de potencia, rompiendo el domo de cristal reforzado del hangar y saliendo a la noche artificial de Berlín, una solitaria nota disonante en una sinfonía de control, dejando atrás una estela de alarmas y caos.