“Un La Menor en el Hormigón”


«Informe de Vigilancia Sónica 4-B. Sector Dortmund-Ems. Estado: Activo. Objetivo: Confirmar y cuantificar anomalía frecuencial de bajo espectro.»

«…Análisis de campo a Magister. Informa.»

La voz, filtrada por el supresor personal, sonaba tan desprovista de emoción como el aire frío que se colaba por las grietas del edificio.

«Aquí Scarlatti. Nominal. El perímetro permanece estable. La disonancia registrada por el satélite es inconsistente a nivel del suelo. Fluctuaciones menores en el rango de los 40 hercios, pero nada fuera de los parámetros esperados para una zona de ruina estructural.»

El muchacho permanecía inmóvil, agazapado en el cuarto piso de lo que alguna vez fue un complejo industrial. El hormigón olía a humedad y a un silencio demasiado viejo. Su contrabajo descansaba a su lado, la funda de tela y metal reforzado tan silenciosa como un camarada dormido.

Abajo, el paisaje era una sinfonía de decadencia. Edificios de concreto, esqueletos grises contra un cielo perpetuamente nublado, se alzaban como lápidas de una era olvidada. Esta parte de la vieja Alemania no había caído con la grandiosidad operística de las metrópolis; simplemente se había apagado, nota a nota, hasta que solo quedó el eco del óxido.

Sacó un pequeño cuaderno de su gabardina. Su pasatiempo. Su pequeño acto de rebelión contra el pragmatismo absoluto del Comité. Con un lápiz de grafito, anotó:

Sonido 7: El gemido de una viga de acero cediendo al viento. Si♭. Sostenido, melancólico. Se asemeja a una respiración.

«Scarlatti, concéntrate. Los registros de este mes indican que las anomalías comenzaron en zonas como esta. Silencio que precede a una ‘armonía perfecta’. ¿Percibes algo inusual? ¿Excesiva calma?»

Era otra voz, de su supervisora temporal. Su tono era cortante, como una cuerda de violín demasiado tensa.

«Negativo. La atmósfera presenta una resonancia basal estándar. El viento actúa como un filtro natural de ruido blanco».

Era una mentira. Había algo más. Algo que no se medía en hercios. Un silencio debajo del silencio. Una pausa expectante, justo antes de que la melodía se quebrara por completo.

Cerró los ojos un instante. Su mano rozó el frío metal de la prótesis que reemplazaba su pierna derecha, desde la rodilla hasta el pie. Una cicatriz tangible. Un recordatorio constante de que incluso los prodigios podían romperse.

Fue entonces cuando lo oyó.

No fue con su supresor, que permanecía mudo. Fue con su oído, con esa sensibilidad casi enfermiza que era su don y su condena.

Una melodía.

Errática, desafinada, pero deliberada. Venía de la nave central de la fábrica, un laberinto de maquinaria oxidada y sombras.