La verdad, como la disonancia, tenía su propia frecuencia. No era algo que pudieras oír con los oídos o ver con los ojos. Tenías que sentirla. Tenías que cazarla. Y Brenna era la mejor cazadora que Nueva Babilonia había producido. Ahora, sin el apoyo de Elric, sin la guía de Weber, despojada de la plenitud de su propio don, estaba sola. Y se sentía más peligrosa que nunca.
Su guarida en la sala de servidores abandonada se había convertido en el nexo de una guerra invisible. El mapa financiero en la pared ya no era un simple diagrama; era un organismo vivo, una telaraña de conexiones que crecía con cada fragmento de información que lograba arrancar de las garras del sistema. El nombre de Freya Volker, el rostro de su propaganda, no era más que un ruido de fondo. Brenna no cazaba a los actores en el escenario. Cazaba a los titiriteros en las sombras. Y los titiriteros siempre dejan un rastro. Un rastro de dinero.
Su primer contacto fue un ex-archivista del Comité Administrativo al que habían "jubilado" anticipadamente por saber hacer demasiadas preguntas. Vivía en los distritos grises del Distrito 60, un lugar donde el orden de la Noctara comenzaba a deshilacharse. Lo encontró en un bar clandestino que olía a alcohol sintético y a desesperación, un lugar donde el silencio se compraba con información.
«Te estás arriesgando mucho, Klinge», dijo el hombre, sus ojos nerviosos recorriendo la sala. "La Tonstaffel está por todas partes. Están haciendo una limpieza de primavera, y no están usando escobas".
«Necesito registros de transacciones. Cualquier cosa ligada al ‘Proyecto Midas’ de hace quince años. Fondos de contingencia, transferencias interdepartamentales. No me importa lo pequeño que sea», dijo Brenna, su voz un susurro bajo el ruido del local.
El hombre soltó una risa amarga. «¿Midas? Eso es un fantasma. Un agujero negro fiscal. Oficialmente, fue un fracaso y todos sus fondos fueron reasignados». Sacó una tableta de datos antigua y se la deslizó por la mesa. «Pero nada desaparece realmente, ¿verdad? Siempre queda un eco. Hubo… irregularidades. Pequeños pagos a empresas constructoras fantasmas. Gastos de consultoría a teólogos que no existen. Lo marqué en su momento. Fue entonces cuando me sugirieron que mi salud se beneficiaría de un retiro tranquilo».
«Buen chico», dijo Brenna, dejando un fajo de billetes sobre la mesa. El hombre lo hizo desaparecer con la rapidez de un prestidigitador.
«Un consejo», añadió él, antes de que ella se fuera. «No estás sola en esta caza. No solo están borrando pistas. Están siguiendo el mismo rastro que tú. Solo que ellos van por delante, silenciando a cualquiera que hable».
Brenna salió del bar y sintió el cambio en la atmósfera al instante. Dos hombres. Trajes grises impecables. No la miraban directamente, pero sus posturas eran un grito silencioso. La estaban esperando. La habían seguido.
Comenzó la cacería.
No corrió. No desenvainó su lira. Eso sería demasiado ruidoso, demasiado honesto. Se adentró en el laberinto de los niveles de servicio inferiores de la Noctara, un mundo de túneles de mantenimiento, conductos de ventilación y el zumbido constante de la maquinaria que mantenía viva la ciudad-prisión. Era su territorio.
Los agentes de la TS eran buenos. Se movían en silencio, coordinados, sus movimientos una sinfonía de eficiencia letal. Pero eran soldados de un mundo ordenado. Brenna era una criatura del caos.
Los guio a un nudo de tuberías de refrigerante sobrecalentado. Cuando pasaron por debajo, tocó una de las junturas con el borde de su lira. No fue un ataque sónico. Fue una simple vibración, afinada a la frecuencia de resonancia del metal. La juntura cedió, y una nube de vapor hirviendo inundó el pasillo, cegando temporalmente a sus perseguidores.
Escapó por un conducto de ventilación, arrastrándose en la oscuridad, su cuerpo protestando por las heridas mal curadas de Roma. La intermitencia de su don era una tortura. Por un instante, su Habilidad Innata se activó, y vio los ecos de sus perseguidores como siluetas rojas a través del metal, calculando su ruta. Al segundo siguiente, se apagó, dejándola sorda y ciega a la Sonata, confiando únicamente en sus instintos animales.
El rastro del dinero, los ecos que su informante le había dado, la llevaron a su siguiente fuente: una técnica de comunicaciones resentida, degradada a supervisar la red de seguridad de los archivos centrales del Comité Administrativo por haber denunciado a un superior corrupto.
Brenna la encontró en la hora del almuerzo, en uno de los jardines interiores, una falsificación perfecta de la naturaleza que siempre le había revuelto el estómago.
«El ‘Proyecto Midas’ no fue simplemente cerrado», explicó la técnica, su voz un susurro paranoico. «Sus fondos fueron absorbidos por una entidad pantalla, una fundación caritativa llamada ‘Aeterna’. Pero lo extraño no es eso. Lo extraño es que, años después, ‘Midas’ recibió una nueva inyección de capital. No desde los Volker. Desde… arriba».