Frente a la imponente fachada de la Catedral Armónica, la unidad de Afinadores aguardaba como una nota en suspenso. Las luces frías de sus uniformes eran puntos solitarios en la neblina nocturna, y el aire mismo parecía contener la respiración. La resonancia anómala del distrito se sentía como una presión constante en los oídos, un silencio que pesaba.
Argent Volker rompió esa quietud con la eficiencia de un bisturí. «La fuente de esta disonancia está ahí dentro», declaró, su mirada clavada en las monumentales puertas de la catedral. «El protocolo dictamina una entrada de reconocimiento, no una incursión. Solo los Magisters».
Franz asintió con una rigidez que delataba su nerviosismo. «Entendido, señor. La Custodia del Wanamaker no aprecia las multitudes. Mucho menos las multitudes armadas. Es mejor no perturbarla».
Fékio sintió un escalofrío que no tenía que ver con el frío de Berlín. La simple mención de esa mujer le provocaba una extraña disonancia interna, como una cuerda desafinada en su propio ser. Pero era una orden. Asintió, desenganchando con renuencia el Sacro Elène y dejándolo apoyado contra un pilar, un gigante dormido. A su lado, Brenna se encogió de hombros y, con un gruñido teatral, dejó su pesada lira de batalla junto a su moto. Argent, por su parte, se desprendió del Aphon como si se quitara un abrigo molesto, aunque sus ojos jamás dejaron de analizar el entorno.
Desarmados. Vulnerables. Entraron.
La catedral era una mentira de mármol blanco. Su interior, vasto y sobrecogedor, estaba iluminado desde lo alto por una luz que parecía provenir del mismísimo cielo falso, creando un ambiente de éxtasis religioso casi asfixiante. Columnas como huesos de titanes se perdían en las sombras de la bóveda, y el eco de sus propios pasos era absorbido por la acústica perfecta, como si la catedral misma decidiera qué sonidos merecían existir. Fékio, movido por un instinto que no sabía que tenía, comenzó a santiguarse lentamente. Un viejo gesto, heredado de una fe que ya no recordaba, pero cuyo eco permanecía.
No había completado el movimiento cuando una nota grave y sostenida emergió de las profundidades de la nave. Un sonido de órgano, tan puro y potente que Fékio sintió sus huesos vibrar, como si fueran cuerdas de un piano siendo afinadas.
«Admiro tu devoción, Magister», resonó una voz femenina por todo el recinto. Era suave, melódica, pero cada sílaba estaba cargada de un poder que helaba la sangre. «Un alma que aún busca la bendición en un lugar como este. Es… conmovedor. Aunque esa particular muestra de respeto pertenece a un coro que ya no canta en este mundo».
Fékio se detuvo en seco, con el corazón martilleándole en los oídos. Al fondo, frente a la imponente consola del Órgano Wanamaker, una figura femenina estaba sentada de espaldas.
«Mis disculpas, Custodia», dijo Fékio, su voz más tensa de lo que le hubiera gustado. «No era mi intención faltar al respeto».
La mujer giró la cabeza levemente, lo suficiente para que la luz capturara el brillo de sus ojos, que se abrieron como rendijas. Su sonrisa era un enigma. «Oh, no te preocupes, querido. Una alma tan deliciosamente rota como la suya podría cometer la más vil de las blasfemias, y aun así, encontraría en mí el perdón». El tono era seductor, pero envolvía como una telaraña.
«¿Alma rota? ¿A quién demonios crees que le hablas, monja?», espetó Brenna, dando un paso al frente, su puño ya cerrado.
Argent no dijo nada. Seguía analizando, sus ojos moviéndose por cada sombra, cada reflejo en el mármol.
La tensión se hizo insoportable para Fékio. «Creo que esperaré fuera», dijo, girándose para huir de esa presencia asfixiante. El brazo de Argent, firme como el acero, lo detuvo.
La Dama soltó una risa suave y coqueta, un sonido que era a la vez música y veneno. «No sean tímidos. Se les ha enviado por una razón».
«El encargo», dijo Argent, yendo directo al grano. «Era ambiguo. Exijo una aclaración, Custodia Dirosse».
«¿Exige?», repitió Dirosse, su voz ahora desprovista de calidez. «Qué palabra tan… terrenal. Como ya se habrán percatado, hay una frecuencia en esta zona. Intensa. Lleva activa un tiempo, pero ahora… ahora está escalando. Abarca todo el distrito».