La palabra "trampa" era insuficiente. Lo que se había cerrado a su alrededor en esa catedral de acero no era una simple táctica militar. Era el final de una ecuación cuidadosamente calculada, y ellos eran la última variable por despejar. La Tonstaffel los rodeaba, un muro de armaduras negras y silencio profesional, sus Pacificadores emitiendo un zumbido de baja frecuencia que prometía una calma forzada y absoluta.
El hombre de enfrente, su rostro oculto tras el visor polarizado, se acercó, sus pasos medidos contrastando con la caótica escena. Ignoró al herido Elric y se dirigió a la bestia de óxido que era Malachias. «Tu congregación ha cumplido su propósito, Mártir», dijo el agente, su voz modulada sonando extrañamente respetuosa. «Tu sufrimiento ha proporcionado los datos que necesitábamos».
Malachias, el Penitente, soltó un gruñido, una disonancia pura de rabia. Se preparó para atacar a sus supuestos aliados. Pero el agente simplemente levantó un pequeño dispositivo. Una nota aguda, casi imperceptible, sonó, y la criatura se paralizó, temblando, contenida por una frecuencia de control. Una correa invisible para un monstruo divino.
«¿Datos?», espetó Brenna, levantándose, su lira de batalla lista. «¿Qué es esto? ¿Un laboratorio de campo?».
El agente se giró hacia ellos, su casco reflejando sus rostros tensos. «Precisamente, Investigadora. Han sido unos participantes inesperados, pero invaluables en la prueba final de estrés del sistema. Sus reacciones han sido anotadas».
Elric, apoyándose en su Chantepierre, sentía el dolor de su herida palpitando al ritmo de la revelación que florecía en su mente. «La construcción de esta catacumba. Los fondos desviados del ‘Proyecto Midas’. Las armas…», miró la tecnología herética del altar. «Es la Casa Volker. Siempre han sido ustedes».
Una risa seca, filtrada por el modulador del casco, llenó la caverna. «La Casa Volker busca el orden. Y el orden, Magister Damonth, a veces requiere de un caos controlado para ser apreciado por las masas. El miedo es el más antiguo y efectivo de los unificadores».
«¿Unificadores?», intervino Weber, su voz grave resonando con incredulidad. «¡Han desatado una guerra santa! ¡Están creando monstruos que están masacrando a nuestra gente!».
«Una consecuencia lamentable, pero necesaria», replicó el agente. «Cuando los ciudadanos vean a sus vecinos transformarse en ángeles de luz mortal o demonios de disonancia, suplicarán por una mano firme que restaure la normalidad. Exigirán control. Y nosotros… se lo daremos». Se giró de nuevo hacia Elric. «Le dieron esta tecnología a ambas partes. A la Iglesia Antigua para que construyeran su infierno de óxido. Y a través de intermediarios, filtraron una ‘partitura conceptual’ a las facciones más extremistas de El Coro, enseñándoles cómo alcanzar su cielo de vacío».
La verdad era monstruosa en su simplicidad. No era una conspiración de fanáticos. Era una operación de bandera falsa a una escala sin precedentes. Crearon el cisma, financiaron a los herejes de ambos lados, todo para crear un problema tan terrible que la única solución sería entregar el control absoluto a quienes afirmaban tener la cura.
«Una cura que, convenientemente, su familia proveerá», dijo Argent, su voz cortante, hablando por primera vez. Había permanecido en silencio, observando, calculando. Ahora, su rostro era una máscara de frío entendimiento. «Mi padre... mi hermana... su ambición ha superado por fin a su lógica».
«Tu hermana es una visionaria», corrigió el agente de la TS. «Ve un futuro sin disonancia. Un futuro afinado. Ustedes», dijo, barriéndolos con la mirada, «son las últimas notas discordantes en su sinfonía».
Elric, mientras la revelación política se asentaba, sentía otra verdad, más profunda, vibrando en la herida de su brazo y en el núcleo del altar. Su habilidad, la de "afinar" almas, le permitía percibir las resonancias fundamentales. Y la señal que emanaba del núcleo... estaba incompleta. No era una fuente de poder. Era un repetidor. Un simple amplificador.
Ignorando a los soldados, se concentró, soportando el dolor, y escuchó. Escuchó más allá de la disonancia del Penitente, más allá del zumbido de los Pacificadores, más allá de los ecos de las plegarias de odio. Se adentró en la estructura sónica del "Cántico" mismo.
Y allí lo encontró.
«No es solo tecnología…», susurró, su revelación ahogando el monólogo del agente de la TS. Todos se giraron para mirarlo.
«Esta señal», continuó Elric, su mirada fija en el cristal oscuro del núcleo, «no se origina aquí. Es una transmisión. Una melodía base, increíblemente débil, casi un eco. Esta máquina solo la capta, la amplifica y le da la ‘textura’ de la fe de estos pobres diablos. Pero la canción original... viene de otro lugar».