El Distrito Exterior 11 olía a óxido húmedo y a promesas olvidadas. Desde la azotea de una fábrica abandonada, el joven Agente Konrad observaba la escena a través de la mira de su PSR. A su lado, Hannes, un veterano cuya cara parecía tallada en granito, no necesitaba visores. Sus ojos lo veían todo.
Abajo, la Orquesta de Defensa de Berlín se movía con una eficiencia brutal. Estaban limpiando una aglomeración de Oyentes Susurrantes, una operación de rutina. Su misión, la de la Tonstaffel, era simple y clara como siempre: observar, no intervenir. Debían registrar la efectividad de la Orquesta, tomar nota de cualquier "disonancia" en su rendimiento y asegurarse de que el protocolo se cumpliera al pie de la letra.
"El Señor Damonth parece cansado", murmuró Konrad, más para sí mismo que para su mentor. Vio a Elric moverse, su zanfona era un escudo, sus notas un bálsamo que estabilizaba a sus compañeros.
"El cansancio es una constante en él", respondió Hannes sin apartar la vista. "Es el precio de recordar".
Y entonces, el ritmo de la batalla se rompió.
De las alcantarillas no surgieron más Susurrantes. Emergieron figuras delgadas, casi esqueléticas, que no gritaban. Vibraban. Sus cuerpos emitían una frecuencia baja y enfermiza que no atacaba el oído, sino la propia resonancia vital.
"Cepa Rapsódica de Descomposición", dijo Hannes, su voz por primera vez teñida de urgencia. "Atacan la firma sonática. La especialidad de Damonth".
Abajo, la Orquesta vaciló. Sus armas sónicas eran menos efectivas contra algo que no tenía una forma de onda clara. Los nuevos Oyentes ignoraron a los otros Compositores y se lanzaron en masa hacia un solo objetivo: Elric. Su luz estabilizadora era un faro para ellos, una comida.
Konrad apretó su PSR. "Señor, el protocolo..."
"El protocolo dice que debemos registrar la falla", interrumpió Hannes, su rostro una máscara de cálculo frío. Vio cómo Elric se esforzaba, su Sonata Curativa luchando contra una marea de silencio corrupto. Vio cómo empezaba a flaquear.
El protocolo dictaba que debían dejarlo caer. Registrar la pérdida de un activo irremplazable para justificar la creación de nuevos protocolos. Lógica pura. Eficiencia Volker.
Hannes se levantó.
"Konrad", dijo, su voz ya no la de un observador, sino la de un cazador. "Proporciona fuego de supresión. Dispara a sus flancos. No a matar, a dispersar. Crea una brecha".
"Pero, señor... ¡la orden!"
Hannes lo miró, y en sus ojos grises había una lealtad más antigua que cualquier manual.
"La Orquesta de Berlín es una herramienta vital para el Comité", dijo, mientras desenfundaba su propio Pacificador. "Y esa herramienta necesita a su ancla para no hundirse. Nuestro deber no es con el protocolo, muchacho. Es con la estructura. Hay que romper esta regla para mantenerla en pie."
Sin esperar respuesta, Hannes saltó desde la azotea, aterrizando en un nivel inferior y abriendo fuego. Konrad, tras un instante de duda, obedeció. Los disparos de sus PSR no crearon música, sino una serie de vacíos sónicos que hicieron tropezar a los Oyentes. La distracción fue suficiente. Elric, liberado de la presión, desató una onda de su zanfona que hizo que las criaturas se deshicieran como ceniza.
Más tarde, de vuelta en el silencio de su puesto de avanzada, mientras limpiaba meticulosamente su arma, Konrad finalmente preguntó.
"¿Por qué?"
Hannes no levantó la vista del cañón de su PSR.