El pelotón había recibido órdenes directas de patrullar una región perdida en los bordes de Borealis Aegir, cerca de las zonas abandonadas que una vez fueron ciudades prósperas. Se les había informado sobre distorsiones anómalas en las frecuencias sonáticas de esa área, un fenómeno que los afinadores no podían descifrar, pero que claramente estaba afectando el equilibrio de la Sonata. Algo en el aire no estaba bien, y los rastros de resonancia se sentían más intensos a medida que avanzaban.
Entre ellos se encontraba Alden, un joven compositor de rango bajo. Había sido enviado junto a su equipo de vigilancia, bajo la premisa de que su entrenamiento podría ayudar a manejar cualquier alteración de frecuencia o fenómeno inesperado. Estaba acompañado por Lysandra, una afinadora experimentada, y Garrick, un compositor de rango medio. Como siempre, sus radios emitían estática intermitente, lo que reflejaba que algo extraño estaba ocurriendo.
El grupo avanzó a través de las ruinas de una antigua emisora de radio, cuyas antenas ahora eran sombras oxidadas, sin vida. Alden, que era el más curioso del grupo, no pudo evitar acercarse a las ruinas de la antigua torre. A lo lejos, en lo que parecía ser una vieja estación de radio, escuchó algo que se filtraba a través de la interferencia.
—"¿Escucharon eso?" —dijo Alden en un susurro.
Lysandra y Garrick se miraron, confundidos. En el aire, una melodía suave, como una canción distante, se hacía escuchar entre los ruidos estáticos. No era una melodía común; no era una canción cualquiera. La música, aunque tenue, estaba llena de una extraña armonía que parecía invadir el ambiente. Era como si estuvieran rodeados de voces invisibles, como si todo alrededor resonara con un eco antiguo.
Lysandra frunció el ceño, ajustando su radio.
—"Esto no es normal. Necesitamos salir de aquí." —dijo con voz firme.
Pero antes de que pudieran moverse, el sonido se intensificó. La melodía comenzó a tomar forma, casi como si se estuviera componiendo en tiempo real, con una voz femenina que tarareaba de fondo. Alden, sin darse cuenta, se vio atraído por esa vibración. Avanzó unos pasos más hacia el centro de la estación, donde la onda se sentía más densa.
Y entonces, apareció.
En el centro de la sala donde antes se encontraba la mesa de control, una figura alta y oscura emergió lentamente de la niebla que comenzaba a formarse alrededor de la estructura. Rhea no caminaba; se deslizaba, como si flotara sobre el suelo. Su cuerpo se distorsionaba a medida que avanzaba, siempre manteniendo una presencia inconfundible. Su rostro, una máscara blanca que brillaba débilmente en la oscuridad, contrastaba con su figura de negro profundo. No había ojos, solo una superficie lisa que irradiaba una energía palpable, inquietante.
Alden dejó escapar un suspiro casi inaudible. Se sentía atraído por algo incomprensible, algo en esa figura le llamaba. Rhea no emitió ninguna palabra, solo continuó moviéndose, mientras la melodía se mezclaba con su presencia.
—"¡Alden, ¿qué estás haciendo?! ¡Vuelve aquí!" —gritó Lysandra, pero sus palabras eran apagadas por la música creciente.
Alden, de alguna manera, sintió una necesidad inexplicable de acercarse más. La melodía aumentaba en volumen, pero la frecuencia era tan pura y clara que se sentía como si fuera parte de él mismo. En su mente, una extraña sensación de calma lo invadió, como si todo lo que había sucedido en su vida se desvaneciera, como si toda la presión de su deber y su entrenamiento se desintegrara con cada nota. Era imposible resistirse a esa llamada musical.
Rhea comenzó a emitir un sonido grave, el mismo que había escuchado de lejos, como si la melodía estuviera construyéndose sobre sí misma. Alden fue el primero en dar un paso adelante, sin saber por qué.
De repente, el sonido se cortó. Todo el aire se detuvo, como si el mundo mismo hubiera pausado su vibración. Rhea no se movió, pero su presencia era imponente, como si hubiera roto el tejido mismo del sonido a su alrededor. Alden estaba paralizado, su cuerpo no podía moverse, pero podía sentir cómo el sonido lo envolvía. Era una melodía hipnótica, como si la Sonata misma lo hubiera elegido.
Lysandra y Garrick lograron recuperarse lo suficiente para acercarse y sujetar a Alden, arrastrándolo lejos de Rhea, quienes también sintieron esa presión invisible que los rodeaba. Cuando finalmente lograron alejarse, la música se desvaneció gradualmente, y la figura de Rhea se desmaterializó ante sus ojos, como una sombra que se deshace en la niebla.
Alden no dijo una palabra al regresar al campamento, sus pensamientos fragmentados por la experiencia. Lysandra y Garrick intercambiaron miradas, sabiendo que nadie podría entender lo que acababan de vivir.
Nadie realmente entendía qué era Rhea, pero todos sabían una cosa: cuando la Sirena de Negro se aparece, el mundo sonático cambia. Y, en el caso de Alden, los ecos de la melodía lo seguirían por siempre.