El Distrito Industrial 7 era gris. No solo en su arquitectura de hormigón y acero, sino en su alma. La productividad había caído. La "resonancia de lealtad" era baja. Los informes hablaban de una apatía que se extendía como óxido. Preocupado, el Comité Administrativo, en un raro acto de aparente benevolencia, aprobó una nueva iniciativa: el Programa de Bienestar Sonático.
Para dirigirlo, contrataron al Doctor Alaric Finch, un psicólogo del viejo mundo, un hombre que aún creía en conceptos tan anticuados como la felicidad del trabajador. Lleno de buenas intenciones, Finch implementó su programa. Reemplazó el zumbido monótono de la maquinaria con música ambiental relajante, composiciones en tonos mayores diseñadas para calmar el sistema nervioso. Instituyó "sesiones de armonía grupal" obligatorias durante los descansos, donde los trabajadores tarareaban juntos para "alinear sus frecuencias personales".
Una semana después, la productividad se había desplomado un 30%. Los trabajadores estaban, en efecto, más calmados. Tan calmados que a menudo se tomaban descansos extra para meditar o simplemente sonreírle a una pared.
Fue entonces cuando la Aufsicht envió a un Analyst.
El Analyst no tenía nombre, solo un número de expediente. Se reunió con el Doctor Finch en su oficina, que ahora olía a incienso y a optimismo mal calculado.
"Doctor Finch", comenzó el Analyst, su voz tan plana y pulida como el suelo de la sala. Revisó una tableta de datos con una eficiencia que era en sí misma una forma de violencia. "He revisado los resultados de su programa. Felicidades."
Finch se iluminó. "¿De verdad? Sabía que podíamos..."
"Oh, sí", continuó el Analyst, con una sonrisa que era solo un ejercicio muscular, no llegaba a sus ojos. "Su programa es un éxito rotundo. Ha demostrado que, efectivamente, la gente está más feliz. Tan feliz y relajada que, al parecer, han olvidado que deben trabajar para justificar su ración de aire reciclado."
El psicólogo parpadeó, confundido. "Pero... el objetivo era mejorar la moral. La felicidad es el pilar de una sociedad productiva, ¿no es así?"
El Analyst soltó una risa suave y corta. Un sonido tan fuera de lugar que pareció absorber todo el calor de la habitación.
"Doctor", dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si compartiera un secreto cósmico. "La felicidad no forja placas de insonorización. La felicidad no mantiene a raya a los Oyentes. La felicidad no construye Noctaras."
Se detuvo un instante, permitiendo que el peso de sus siguientes palabras aterrizara.
"La ansiedad, sí."
Al día siguiente, la música relajante en el Distrito Industrial 7 fue reemplazada. En su lugar, de cada altavoz, emanaba un nuevo sonido: el sutil y constante zumbido de una cuenta regresiva que nunca llegaba a cero. Un pulso rítmico, siempre al borde de algo, pero que nunca culminaba.
La productividad no solo se recuperó. Se disparó un 15% por encima de los niveles anteriores.
El Doctor Finch solicitó su traslado a un puesto de archivos. La Aufsicht, por supuesto, se lo concedió.
Después de todo, el orden había sido restaurado.