—”Nouvelle Humanité”


Las décadas no curan. Solo acumulan polvo sobre el eco de los nombres olvidados.

Los héroes mueren dos veces: cuando caen... y cuando ya nadie los recuerda. Y sin embargo, el mundo sigue girando, aunque su música haya cambiado para siempre. Lo viejo fue sepultado sin ceremonia. Lo nuevo… aprendió a nacer en el silencio.

La culpa quedó en los labios de quienes sobrevivieron. Los que supieron demasiado. Los que respiraron cuando otros se disolvieron entre acordes. A ellos, la historia no les escribió cantos. Solo deber.

Porque así es el hombre.

Porque así es la humanidad.

No sabemos cuándo rendirnos. Ni cuándo deberíamos hacerlo.

Incluso en lo absurdo, nos adaptamos. Nos arrastramos por la disonancia hasta volverla rutina. Con los huesos, tejemos jaulas para contener lo intangible. Con miedo, construimos arquitectura. Y como siempre, sobrevivimos.

Luego del horror impensable, llegó una calma artificial. Una simetría impuesta. Un nuevo orden, no menos violento, pero… estable. El cuerpo, al fin, encontró cómo danzar en la aberración. Lo biológico respondió con una evolución inesperada: la Segunda Generación. Nuevos compositores. Nuevas cuerdas humanas afinadas no para crear, sino para resistir.

Ya no los llamaban Soundkeepers. Ahora eran Bringers, no de armonía, sino de control. No de belleza, sino de necesidad.

Y como en toda evolución... también nació la estructura. Hormigón. Acero. Placas negras que jamás vibran. Torres huecas. Cúpulas sin cielo. Y en el corazón de este nuevo siglo… París.

Una ciudad que no les pertenece, pero que ahora llevan como estandarte. Un nombre arrancado de una civilización extinta, convertido en símbolo de poder. La Primera Noctara completa de Europa. Una prisión luminosa. Un cubo perfecto que encierra el recuerdo de una humanidad posible.

Y sobre esa memoria domesticada, se alza el verdadero poder: el sistema KAIROS. El Tiempo de Dios.

Una supercomputadora sin rostro. Una inteligencia total, encargada de que lo real jamás supere a la ilusión. Un cielo artificial que siempre es azul. Lluvias programadas. Horizonte impreso. Viento sin aroma. Las calles se llenan de voces, de risas, de carreras de niños que no saben de ruinas. Jóvenes que estudian para oficios que solo existen dentro del cubo. Comerciantes que nunca han sentido miedo real. Padres que solo recuerdan la guerra como cuentos... porque así lo quiere KAIROS.

Y desde lo alto de la órbita, deformada, revestida con capas de placas resonantes, el Supresor Mozart guarda silencio. Un coloso ciego que alguna vez mató a los suyos. Ahora domestica a la Sonata misma como si fuera una bestia ya domada.

Nueva Babilonia sonríe. Se proclama heredera de la humanidad. Como su nombre robado lo indica. Y quizás... se lo ha ganado.

Pero más allá del cristal y el concreto, más allá del aire filtrado y los árboles programados, el mundo real todavía grita.