Objetivo: Doctor Aris Thorne. Alto cargo del Comité de Investigación.

Infracción: Transferencia no autorizada de datos tecnológicos sobre resonancia adaptativa a la Sonaria de Vestra.

Directiva: Corrección permanente. Protocolo de fallo sistémico. Sin testigos. Sin ecos.

Agente asignado: Vollstrecker. Designación: El Mensajero.


La base de investigación era una fortaleza de armonía controlada. Cada pasillo, una partitura de seguridad; cada puerta, una cerradura afinada en una clave que, teóricamente, era inquebrantable. Pero la Tonstaffel no trabaja con música. Trabaja con sus silencios.

El Mensajero se movía como un fantasma a través de los sistemas. Su ropa no reflejaba la luz ni el sonido; lo absorbía. Su generador de Stillefeld personal, un pequeño disco en su cinturón, creaba una burbuja de vacío acústico a su alrededor, volviéndolo una anomalía indetectable para los sensores que buscaban vida. Era un muerto caminando entre los vivos.

Desactivar las cerraduras no requería fuerza, sino precisión. No las forzó. Les susurró una contra-frecuencia, una nota de silencio que las convenció de que nunca habían estado cerradas. Puerta tras puerta, el camino se abrió sin una sola alarma. Era un cirujano navegando por las venas del sistema.

El laboratorio del Doctor Thorne estaba en el núcleo de la instalación, un santuario de datos y arrogancia. El Mensajero entró y se posicionó en la sombra proyectada por un prototipo de resonador. Y entonces, esperó. La paciencia era su arma más afilada. No sentía prisa, ni tensión, ni emoción. Solo propósito.

Cuando Thorne entró, estaba tarareando. Una melodía compleja, probablemente robada de los datos que vendía a Vestra. No se dio cuenta de la imperceptible caída de temperatura en la sala. No notó la ausencia de su propio eco.

El Mensajero se movió. Un solo paso, tan silencioso como la muerte misma. No sacó su PSR. No desenfundó una cuchilla. Su mano, cubierta por un guante de fibra anecoica, se acercó a la nuca del doctor. En la punta de sus dedos, un dispositivo del tamaño de una moneda: el "Dämpfer".

Lo presionó contra la piel de Thorne.

No hubo dolor. No hubo grito. Solo una única vibración, una frecuencia de cancelación tan pura y tan precisa que viajó por el sistema nervioso del doctor y le dio una simple orden a su corazón: deja de latir.

Thorne se desplomó sobre su consola, su última nota una exhalación de sorpresa. El informe oficial lo declararía una muerte por "estrés sonático agudo", un fallo del sistema. Un trágico accidente.

El Mensajero se retiró con la misma eficiencia silenciosa con la que había llegado. Mientras salía de la base, los protocolos de emergencia finalmente se activaban, sus sirenas ahogadas por la distancia. Ya en un lugar seguro, activó su comunicador encriptado, una línea directa a Der Dirigent.

Su informe fue tan limpio y final como la propia misión.

"Entregado."