—”Requiem pour l'humanité”


La memoria es una partitura rota.

Hay silencios que pesan más que las notas. Y el tiempo… no siempre afina las heridas.


Sobre ella, grabados en mármol y metal sonático, están los nombres de los caídos en París.

Una gran plaza abierta frente al nuevo edificio central de los comités en Berlín. Cientos de compositores —uniformados, firmes, de pie— rodean una gigantesca estructura en forma de mástil acústico.

Elric permanece junto a Vereth, ambos de pie. Ella, con vendajes aún en el cuello. Él, con su uniforme restaurado, aún sujetando la funda de su instrumento.

Los nombres resuenan. Y cuando todos están en silencio, la orquesta monumental comienza a sonar.

Cientos de instrumentos al unísono. Un réquiem. No por una victoria… sino por el final de una nota eterna.

Una ópera fúnebre. Una despedida de partitura completa.

Vereth aprieta el brazo de Elric, y finalmente, su voz sale:

—No… no era su momento.

Elric la mira. Sus ojos están cristalinos. Ella sigue:

—Zeffir no debió morir así. Ni Rina. Ni Elène. Ni Calden... —Lo sé —dice Elric, suavemente.

Vereth se inclina sobre él, y por primera vez en mucho tiempo, llora sin reservas.

Elric la abraza. No como compañero. No como subordinado.

Sino como último testigo de un mundo que aún quiere recordar.