La guerra es un caos. Y en el caos, hay oportunidad.
Esta era la premisa fundamental sobre la que operaba Argent Volker. Mientras los Magisters y Compositores de Berlín y Roma se abrían paso a través de la Ciudad Eterna con estruendos de furia sónica y heroísmo desesperado, Argent se movía por el borde de la sinfonía, una nota silenciosa y deliberada en medio de una cacofonía ensordecedora. Su participación en la misión no había sido una elección, sino un cálculo. Se le había "permitido" unirse, una concesión política que sabía era una correa al cuello, con el Señor Weber como el león guardián encargado de que no se desviara.
Su rol oficial era el de analista de datos en tiempo real. Se mantenía en la retaguardia del grupo de élite de Elric, su instrumento confiscado, una tableta holográfica en la otra, su voz transmitiendo frías valoraciones tácticas por el comunicador.
«Frecuencia Penitente intensificándose en el sector 3. Sugiero un flanqueo por la Via dei Fori Imperiali para evitar la zona de mayor densidad», decía, su tono el de un ajedrecista comentando una partida. Nadie podía cuestionar su lógica. Era impecable. Pero cada una de sus recomendaciones, cada desviación táctica, los acercaba imperceptiblemente a su verdadero objetivo.
La oportunidad perfecta llegó durante la gran emboscada en la cisterna. La horda de Penitentes. El heroico y predecible sacrificio de la unidad de Scarlatti. El caos. Fue música para sus oídos.
En medio de la confusión, mientras Elric, Enzo y el resto luchaban por mantener la formación, Argent vio su momento.
«Señor Weber», dijo, su voz tranquila en medio de la tormenta sónica. «Nuestra ruta de escape principal está comprometida. Es ilógico no asegurar una ruta secundaria. El Palazzo della Civiltà, al sureste, ofrece una posición defendible y un punto de extracción elevado. Lo aseguraré».
Weber, ocupado repeliendo a tres Penitentes con la habilidad de su armónica de cristal, solo pudo asentir con brusquedad. «¡Vaya con cuidado, Administrador!».
Argent no necesitaba que se lo dijeran. Con una última mirada a la carnicería, se deslizó entre las sombras de las columnas antiguas, desapareciendo. No huía de la batalla. Se dirigía hacia el corazón de su propia guerra privada.
A través de una Roma apocalíptica, Argent se movía no como un guerrero, sino como un fantasma. Su traje de alto rango parecía mezclarse con las ruinas y la niebla. No luchaba; evadía. Era un maestro de la no existencia.
En un callejón estrecho, una patrulla de Penitentes, atraídos por el eco distante de la batalla, pasó a escasos metros de él. Argent estaba de pie, inmóvil, en el umbral de una puerta. Había activado uno de sus sensores para crear un pequeño "vacío sónico" a su alrededor, una burbuja de silencio absoluto que lo hacía indetectable a sus primitivos sensores. Las criaturas, guiadas por el sonido y la disonancia, pasaron a su lado como si no estuviera allí. No los mató. No dejó rastro. Un enfrentamiento era una variable innecesaria, un ruido en una operación de silencio.
Continuó su camino. Veía los destellos de la batalla principal a lo lejos, el rugido de la lira de Brenna resonando a través de la ciudad, los destellos de luz de los Serafines patrullando el cielo. Todo era un ruido de fondo, la banda sonora de su misión. Observaba la devastación con un interés casi clínico. El Cántico Cismático, la obra maestra de su hermana. Era a la vez un acto de una brillantez monstruosa y un terrible error táctico. La escala del caos… era ineficiente.
Finalmente, llegó a su destino. El Palazzo Sforza Cesarini, no lejos del Vaticano. Un viejo bastión de una de las familias nobles de Roma, ahora un archivo privado de la Casa Volker. El edificio, milagrosamente, parecía intacto. Usó un código de acceso de su familia, y una puerta de acero reforzado se deslizó a un lado, revelando un interior de un lujo polvoriento.
Se movía por los pasillos oscuros con la familiaridad de quien vuelve a casa. Su verdadero objetivo no era un archivo físico. Era una terminal de datos aislada, offline, una de las "bibliotecas negras" que su familia mantenía en cada Noctara importante.
Encontró la sala. Una pequeña cámara acorazada detrás de un cuadro renacentista. Dentro, solo una única terminal. La activó. No requería contraseña. Requería un escaneo genético. Posó su mano en el panel, y la máquina cobró vida con un zumbido suave.
Navegó por los archivos. No estaban organizados por fecha o tema, sino por un código que solo un Volker entendería. Y allí, lo encontró. "Proyecto Génesis". El anterior Proyecto Midas, su nombre ahora un borrón en el título.
La verdad era peor de lo que había imaginado. No era solo Freya. Los datos vinculaban directamente a su padre con los orígenes del Cántico. Diagramas de flujo. Investigaciones teológicas sobre el poder de la fe como arma. Perfiles psicológicos de sectas religiosas. Todo estaba allí. Su hermana había sido la arquitecta, sí, pero su padre había sido el cliente.