Tchaikovsky - 1812 Overture Finale (Epic Choral Version With Napoleonic War Paintings)(MP3_160K).mp3
“1812 Overture Finale”
En el puesto de mando, Enzo dejó caer su pipa al suelo, sus nudillos blancos. "Santo cielo", susurró, y en su voz había una mezcla de temor reverencial y la resignación de un hombre que sabe que las reglas del juego acaban de ser borradas.
«¿Quiénes... son?», preguntó Fékio por el canal de la Orquesta, su voz resonando con la confusión de todos. Desde la cima de su basílica, solo podía ver las siluetas contra la luz cegadora, una legión de fantasmas.
Pero no fue una voz la que le respondió. Fue la música.
Una obertura. Majestuosa. Operística. Inconfundiblemente francesa. Un crescendo de violines y vientos que se alzó sobre el gemido de los Penitentes y el zumbido silencioso de los Serafines. Era una música tan anacrónica, tan grandiosa y tan fuera de lugar en medio de ese apocalipsis, que por un instante, la batalla entera pareció detenerse a escuchar.
Y entonces, sonaron los cañones.
No eran los pulsos sónicos precisos de los Compositores. Eran el estruendo primitivo y glorioso de la pólvora. Proyectiles trazadores, dibujando arcos dorados en el cielo rojo, impactaron contra los Serafines. No intentaron negar su resonancia. Simplemente los hicieron pedazos. Las entidades de luz pura, que borraban la existencia con su mera presencia, explotaron en lluvias de cristales sónicos rotos, incapaces de procesar una forma de violencia tan arcaica y directa.
Seguidamente, sonó una trompeta. Una sola nota, triunfante, aguda y absolutamente insoportable, que resonó por toda Roma. Y tras ella, una voz femenina. Una voz que no era un susurro ni un grito, sino una declamación teatral que parecía venir del cielo mismo.
«¡ATTENZIONE, CORAGGIOSI SOLDATI! QUESTE CREATURE VOGLIONO UCCIDERE I NOSTRI BAMBINI E VIOLENTARE LE NOSTRE DONNE!»
Por un instante, todos se quedaron confundidos, procesando el italiano arcaico. Y entonces, como si la realidad misma se hubiera vuelto una película mal doblada, aparecieron subtítulos. Flotando en el aire. Pequeñas leyendas holográficas de luz blanca que traducían el mensaje para todos: ¡ATENCIÓN, VALIENTES SOLDADOS! ¡ESTAS CRIATURAS QUIEREN MATAR A NUESTROS NIÑOS Y VIOLAR A NUESTRAS MUJERES!
En el puesto de mando, Elric se llevó una mano a la cara y cerró los ojos, con la expresión de un hombre que acaba de recordar una migraña que llevaba años dormida. «No... por favor», murmuró. «Tenía que ser ella».
La voz atronó de nuevo, alcanzando un clímax de melodrama puro.
«¡ALLA CARICA, COMPAGNI! ¡PER L'ITAAALIAAA!» (¡A LA CARGA, CAMARADAS! ¡POR ITAAALIAAA!)
La marcha militar operística que estalló a continuación no fue heroica. Fue aterradora. Una pieza grandiosa, llena de coros wagnerianos y percusión apocalíptica. Y al ritmo de esa música imposible, el verdadero espectáculo comenzó.
Desde las colinas que rodeaban la Roma exterior, un ejército descendió a las calles. Pero no eran Compositores. Eran... autómatas. Cientos de ellos. Modelos de combate antiguos, pero adornados de forma grotesca con uniformes de la era napoleónica. Y al frente, dos figuras imponentes, dos máquinas que se movían con una gracia inhumana, vestidas como generales de la Grande Armée. Eran Dolore y Furore.