Incluso cuando la realidad se quebró bajo el peso de una sinfonía imposible, la humanidad hizo lo que siempre ha sabido hacer: se adaptó. No con la nobleza de los héroes, ni con la fe de los mártires, sino con la tenacidad inquebrantable de sus principios más antiguos. Principios que no siempre son justos, pero que son necesarios para que una sociedad, por muy rota que esté, no se derrumbe por completo.
Aquí, en los salones de mármol y acero de Babilonia, no encontrarán el estruendo de los soldados ni la resonancia de la Sonata. En el Comité Administrativo, la música es un arma demasiado imprecisa. Este es un campo de batalla diferente, uno librado no con acordes, sino con decretos; no con vibraciones, sino con susurros en pasillos oscuros. Aquí late el corazón de la vieja humanidad en su más crudo esplendor: la avaricia, la ambición, la sed de control y el poder desnudo que una vez gobernó el mundo y que se niega a morir.
Ellos son los arquitectos que aseguran que lo que queda de Europa siga en pie, incluso si deben hacerlo desde las sombras, moviendo los hilos de la guerra y la paz con una lógica gélida. Son el núcleo del nuevo mundo y, al mismo tiempo, el espejo más fiel del antiguo. En sus manos, la justicia no es una balanza, sino una moneda de cambio. La verdad no es un pilar, sino una herramienta. Y la supervivencia de millones depende de una vasta red de documentos que pueden devastar naciones y mentiras que pueden salvarlas.
Se encargan de la distribución de cada grano de alimento, de trazar cada ruta de transporte, de firmar cada tratado que evita una guerra o de redactar la orden que la inicia. Son ellos quienes deciden qué historias se cuentan, qué héroes se fabrican y, más importante, qué verdades se entierran.
No necesitan sentir la Sonata para controlarla. Les basta con controlar a quienes la empuñan.
Adéntrense, pues, en el verdadero motor de Europa. La maquinaria silenciosa que mantiene el mundo en su órbita. Aquí, la única partitura que importa es la que dicta quién vive, quién muere y quién recuerda.